La amenazadora sombra del dragón
se mostraba intermitente sobre la cubierta de 'La Dama Afortunada'. Parecía que
la criatura sobrevolaba en círculos acechando a su presa. Durante esos
momentos, la tripulación tomó posiciones esperando el ataque, y así fue como
hizo acto de presencia una figura desconocida para los aventureros. Era un
hombre fuerte, de rasgos duros, cabeza afeitada y tatuajes que se dejaban ver
bajo sus exóticos ropajes. El capitán Swift lo presentó con el nombre de Tarkas,
uno de los pocos guerreros y magos conocidos como chamanes del dragón. Viajaba en busca de aventuras, por lo que no se demoró en ofrecer sus servicios al
grupo a cambio de una parte justa del botín que se obtuviese. Los héroes,
habida cuenta de lo que les quedaba por delante -por lo pronto un dragón, nada
menos- aceptaron de inmediato.
No pasó mucho tiempo hasta que el
dragón se decidió a atacar. Usó su arma de aliento, un chorro de ácido que
cubrió prácticamente medio barco, hiriendo y matando a no pocos desgraciados
tripulantes. Tres de los héroes resultaron heridos. Sin embargo, no tuvieron
ocasión de intentar vengarse, pues la criatura se zambulló en el mar acto
seguido.
Los minutos siguientes eran de
tensión absoluta. En cualquier momento el dragón podría volver a atacar. Tarkas
usó sus poderes para sanar a los que pudo, pero estos sortilegios no eran infinitos.
Mientras siguieran perdidos en la intensa niebla que les rodeaba, eran una
presa fácil que tarde o temprano caería por completo ante el monstruo si no
salían de allí.
Un escalofrío recorrió el
ambiente cuando el vigía gritó un avistamiento. Todos pensaban que el dragón
había vuelto, pero no fue así. Algo brillante se movía en el agua, cerca del
barco. Cuando los aventureros se acercaron a la barandilla, comprobaron que se
trataba de una botella que contenía algo en su interior. Draven hizo uso de su
destreza con la cadena armada para enganchar el recipiente y subirlo a bordo.
Así, pudo comprobar que la botella contenía un mensaje.
Era un trozo de pergamino escrito
por las dos caras. En una de ellas empleaba una jerga de piratas que ninguno de
los presentes conocía, y en la otra el idioma común. En esta última alguien
pedía ayuda a cambio de una gran recompensa. Decía estar atrapado en un bosque
de algas a la deriva, plagado de muertos vivientes. No sonaba como un lugar
precisamente apetecible para visitar, pero la gran recompensa sí lo era. En
cualquier caso, la niebla persistía alrededor del barco y los instrumentos de
navegación no respondían, por lo que era imposible tomar una dirección.
Mientras pensaban de qué manera
salir de este atolladero, el barco dio una embestida, señal de que acababa de
chocar contra algo. Cuando inspeccionaron por la borda descubrieron una costa
cubierta de grandes helechos que cubrían toda la superficie que la niebla les
permitía ver. La deducción era obvia: casi con toda seguridad habían ido a
parar al bosque de algas que describía la nota en la botella. Sin muchas más
opciones, el grupo descendió dispuesto a explorar el nuevo entorno.
La niebla seguía rodeándoles
mientras caminaban por la isla, de manera que, los que tenían mejor vista, como
mucho eran capaces de distinguir alguna sombra pocos metros a su alrededor. Fue
así como descubrieron la presencia de un ser de gran tamaño que frenó su
marcha. Al acercarse, la silueta que se descubrió dejaba ver un monstruo
insectoide con intenciones poco amistosas.
La criatura era grande y fuerte, pero los héroes la superaban en
número, tenían ya sobrada experiencia en combate y, sobre todo, poseían
grandiosos objetos mágicos, por lo que el desenlace resultó mejor de lo que
habría sido en otras circunstancias. Despacharon al monstruo sin demasiados
problemas y continuaron su exploración.
Al rato, volvieron a divisar
figuras a través de la niebla. En esta ocasión eran bastantes más y, de nuevo,
no les quedaba más remedio que acercarse para salir de dudas. Cuando lo
hicieron, comprobaron que habían alcanzado otro punto costero de la isla, y
además, en este lugar la niebla estaba despejada. Ante ellos, un pequeño kobold
a bordo de una pequeña embarcación retenía mágicamente a una docena de muertos
vivientes que le rodeaban hambrientos, pero incapaces de atacarle. Por esta
razón, tan pronto los aventureros hicieron acto de presencia, las criaturas
decidieron probar suerte con este nuevo bocado.
Una vez más, el enemigo no
presentó dificultad para el grupo. No obstante, su número era grande y, aunque
cayeran como moscas, un mordisco desprevenido podía infectar y convertir
incluso al más poderoso de los guerreros. Por suerte, esto no ocurrió, y los
héroes acabaron con los muertos vivientes en un abrir y cerrar de ojos. Ahora
era momento de buscar respuestas en el osado kobold.
Se presentó como Maestro Yap, un
maestro de las artes nigrománticas que dijo haber llegado allí tras perderse en
la niebla mientras navegaba hacia una congregación de la que había obtenido una
invitación personalizada. Desgraciadamente, no conocía la naturaleza de aquella
niebla ni la forma de acabar con ella, por lo que estaba tan perdido como los
héroes. Con respecto a la gran recompensa de la que hacía mención en la nota,
entregó al grupo unas cuantas piedras preciosas, algunas de gran valor, por lo
que todos quedaron satisfechos. El kobold pidió ser rescatado de allí, y el
grupo aceptó que les acompañara.
En su retorno hacia el barco, la
niebla volvió a rodearles, y acabaron topándose con dos nuevos enemigos en
forma de espectros. Este tipo de criaturas suele ser un terrible problema, pues
además de herir a sus víctimas son capaces de sustraer su esencia vital. No
obstante, una vez más, el grupo se alzó victorioso, y los daños sufridos no
llegaron a la tragedia, pues las capacidades curativas de Tarkas le hacían
sanar a él mismo y al resto de compañeros.
Antes de regresar al navío tuvo
lugar el encuentro más desconcertante en aquel islote. Un promontorio cubierto
de la misma vegetación se alzaba ante ellos, y Garrett se animó a escalarlo.
Entonces, nada más poner una mano sobe este, sufrió una ensoñación que atravesó
su mente como un rayo. En cuestión de segundos vislumbró una terrible historia
de amor, drama, traición y venganza.
Lo que ocurría en aquel lugar se
debía al no cumplimiento de una promesa, el juramento de una madre de
sacrificar a su primogénito a cambio de la resurrección de un amor perdido. La
diosa en favor de la que debía efectuar dicha ofrenda, como castigo, convirtió
a la mujer en un ser arbóreo, al tiempo que maldijo aquel lugar y a todos lo
que allí entrasen, y no cesaría de perseguir aquello que se le debía, la vida
de la niña que había dado a luz la infiel. Entonces, para evitarlo, la madre
hizo uso de su nueva condición para crear una jaula natural que protegiera a su
hija, jaula que se cubrió de raíces hasta convertirse en ese montículo que los
héroes tenían ante sí.
El pícaro narró a sus compañeros
lo que había visto, y cada vez que alguien intentaba posar su mano allí sufría
la misma experiencia. Draven, convencido de que debían sacar a la niña de
aquella jaula, comenzó a arrancar ramas ante la mirada poco convencida del
resto del grupo. En ese momento, un grupo de cuatro seres arbóreos rodearon a
los aventureros con la intención de eliminarlos.
Los nuevos enemigos demostraron
ser el más duro contrincante que se habían encontrado hasta el momento en aquel
lugar. Eran grandes, letales y muy resistentes. Incluso eran prácticamente
inmunes al fuego, lejos de lo que pudiera parecer por su naturaleza. Cada uno
de sus golpes mermaba seriamente la salud de los héroes, y los que ellos
recibían, los aguantaban con firmeza. Era momento de sopesar si seguir
combatiendo o huir para luchar otro día.
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