viernes, 6 de febrero de 2015

Problemas en Alianza de los Ogros

El enfrentamiento contra los seres arbóreos adquirió tintes dramáticos. No sólo golpeaban con fuerza, sino que apresaban a sus víctimas constriñendo su cuerpo hasta la muerte. Los ataques de los héroes hacían mella en tales seres, pero no lo suficientemente rápido, lo que provocó que varios miembros del grupo acabaran siendo atrapados. La mayoría consiguió soltarse, pero no Tarkas, que expiró su último aliento ante la impotencia de sus compañeros. Ahora la huída quedaba descartada. La batalla se había convertido en algo personal, costara lo que costara. Y así, finalmente los héroes se alzaron victoriosos, aunque gravemente heridos y tristes por una nueva pérdida.
Se apuraron todas las pócimas de curación, incluso las que poseía el chamán, del que fueron sustraídas sus posesiones por algunos de los componentes del grupo. Seguidamente tocaba pensar en el próximo movimiento. Estaba claro que la única forma de salir de allí era conseguir dispersar la niebla, y que ésta, casi con toda seguridad, estaba relacionada con la maldición que rodeaba el lugar. Por otra parte, los golpes propinados al montículo vegetal había atraído a aquellos seres, así que era un riesgo. Se optó entonces por seguir intentando abrir una brecha, pero con más cautela, golpe a golpe, esperando si alguno de ellos convocaba a más criaturas antes de continuar. Por suerte, ninguno de los embates hizo que apareciese monstruo alguno, consiguiéndose abrir un hueco que daba acceso al interior. A través de la abertura se podía observar una jaula natural que la madre, convertida en árbol, había creado para proteger a su hija. Una especie de cúpula formada a base de raíces impedía que el mal del exterior las alcanzase. 
El kobold conocido como Maestro Yap hizo un amago para entrar, pero de inmediato frenó sus intenciones. Cuando le preguntaron sobre el motivo de ello, argumentó que su diosa no estaría contenta si entraba en un lugar santificado como aquel. Los aventureros, sin embargo, sí entraron, lo que provocó que la madre árbol les interrogara sobre su presencia allí y sus intenciones. Los héroes le contaron sus aventuras, su destino, y el tiempo que había transcurrido desde el origen de aquellos sucesos. Ella les creyó, pero decía no poder ayudarles, pues lo único que sabía a ciencia cierta que podía acabar con la maldición, y por tanto con la niebla, era un sacrificio. El grupo estuvo dándole vueltas a aquello, y la solución se mostraba complicada, pues alguien debía entregar una vida a la diosa y ninguno estaba dispuesto a efectuar tal crimen. Entonces, después de pensarlo un buen rato, dieron con una posible salida: un sacrificio propio. Sacrificarse voluntariamente significaba entregar una vida sin tener que arrebatársela a nadie. Así se lo propusieron a la madre, y esta, como asaltada por una inspiración, asumió que era la mejor manera de acabar con tal pesar. A continuación, un fulgor inundó el lugar, transformando y cambiando todo alrededor. Las figuras de la madre y su hija se difuminaron lentamente, al igual que la niebla. La vegetación cambió su forma, e incluso el aire parecía tornarse más cálido y alegre. La madre había entregado su vida y la diosa había sido complacida, cesando la maldición para siempre.
El grupo, junto al Maestro Yap, volvieron al barco dispuestos a partir. Fue entonces cuando se encontraron con un clérigo enano llamado Naros, el cual había estado luchando por sobrevivir allí durante días. Pertenecía a otro grupo de exploradores que también fue a parar accidentalmente a la isla. Tras la pérdida de Tarkas, una nueva incorporación era más que bienvenida al grupo. Cuando por fin llegaron al barco, presentaron a los rescatados, y se prepararon para dejar atrás aquel lugar de una vez por todas.
La ausencia de niebla ya les permitía viajar sin problemas, sin embargo el capitán tenía malas noticias. Los daños sufridos por el ataque del dragón y el choque contra el islote amenazaba con hundir el navío en cualquier momento. Había que repararlo cuanto antes, y el puerto más cercano era el de un asentamiento conocido como Alianza de los Ogros. Atracar allí no era plato de buen gusto para nadie, pero no tenían otra alternativa.
Cuando llegaron, comprobaron que era tal y como se habían imaginado. Se podía respirar la maldad, el pillaje y la muerte, algo que pronto sentirían en sus propias carnes. Y es que Melnar se descuidó de esconder la dragonlance, y semejante artefacto a la vista supuso, irremediablemente, que los ogros quisieran hacerse con ella. En cuanto los héroes pusieron los pies en tierra, cuatro guardias ogros que patrullaban los muelles asaltaron al grupo reclamando la lanza. El enano intentó negociar una solución pacífica, insistiendo en que estaban de paso y no querían problemas, pero poco importaba toda esa cháchara a los guardias. Querían la lanza y la querían de inmediato. Un último intento de Melnar desesperó a los ogros, los cuales le interrumpieron volviendo a reclamar la entrega del arma mágica insultando al guerrero y su linaje. Esto fue la gota que colmó el vaso. La paciencia del enano se agotó y ya no quedaba otra que pagar aquella afrenta con sangre. Draven soltó una risotada mientras sacaba sus cadenas, pero el resto del grupo no parecía muy convencido de que desenfundar los aceros fuera una buena idea. En cualquier caso, eran compañeros honorables, por lo que no dudaron en luchar al lado del enano. Todos excepto Garrett, que se volvió invisible y se alejó, optando por actuar sólo si las circunstancias lo requerían.
Los ogros nunca son un enemigo fácil, pero después del duro enfrentamiento con los seres arbóreos estos contrincantes parecían más sencillos de derrotar. Eso sí, había que ser rápidos, pues un golpe bien dado por un ogro podía partirte en dos, como casi ocurrió con Melnar. Fue este el que salió peor parado de la reyerta. La multitud se acrecentaba alrededor, exclamando de euforia con cada tajo y hechizo, como cuando Draven tomó su poción para aumentar de tamaño. Así, poco a poco fueron cayendo los ogros, y cuando el último mordió el polvo ya venían más refuerzos de camino. Esto podía convertirse en un no parar si no pensaban algo rápido.
 Melnar hizo un movimiento rápido y ocultó la dragonlance en el saco de contención que portaba Draven. Acto seguido, los aventureros se dispersaron ocultándose en el gentío que se había amontonado en los muelles. Los ogros que llegaron interrogaron amenazantes a la congregación, en su mayoría esclavos, pero por suerte nadie dijo nada, y pronto comenzó a dispersarse todo el mundo.
Garrett y Melnar se reencontraron en un callejón de la parte baja de la ciudad -pues la ciudad se dividía en dos niveles, a los que se accedía mediante escaleras o elevadores-. Draven y Naros hicieron lo propio en una taberna de la parte superior. Esta taberna estaba regentada por una minotauro con un carácter avinagrado a base de tratar con la peor escoria, y para más inri, los precios que ofertaba eran excesivamente caros. A pesar de todo, tenían que hacer tiempo y llamar la atención lo menos posible, así que pidieron algo de beber y esperaron.
Mientras tanto, Valdemar exploraba el templo de la ciudad, para descubrir que estaba en reformas en este momento. Por su parte, Garuk echó un vistazo en el mercadillo, aunque, en lugar de adquirir nada, lo que hizo fue perder algo, en concreto una espada larga que llevaba colgada junto al petate y que algún ladronzuelo le birló entre la multitud. Ambos acabaron finalmente por dirigirse a la taberna, así como Garrett y Melnar, reuniéndose allí todo el grupo.
La tabernera comenzó a sospechar que algo raro ocurría, pues no era normal que se juntara tanto extranjero en su local en tan poco tiempo. Advirtió a los aventureros que no quería problemas en su establecimiento, y estos aseguraron que no se preocupara, que eran simples viajeros de paso. La minotauro no se tragó aquella historia, pero como estos se estaban dejando unas buenas monedas en cerveza y un par de habitaciones, no les reprochó nada más. Acordaron entonces que Garrett hiciera gala de su sigilo para acercarse a los astilleros y preguntara al capitán cuándo estaría listo el barco para partir. Mientras tanto, el resto esperaría en las habitaciones. Así lo hicieron, y el pícaro regresó con la afortunada noticia de que en pocas horas la nave estaría reparada y en condiciones de zarpar de inmediato. Descansaron pues en los cuchitriles por los que habían pagado un dineral y, a la hora indicada, marcharon hacia los muelles, poco a poco, para no hacerse notar en las calles. Lo que no imaginaban es que eran otros los que iban a crear expectación esa noche.
Casi habían alcanzado el puerto cuando un tumulto y unos gritos llamaron la atención de los héroes. Se acercaron para observar y advirtieron a un valiente elfo que había acabado con la vida de varios ogros y arengaba a sus congéneres para rebelarse contra la tiranía de las viles criaturas. Aunque no sólo los elfos se unieron a la lucha, también otras especies, como por ejemplo los goblins, uno de los cuales salió volando estrellándose contra Garrett, pues tal era la contienda que se había montado.
Seguramente, aprovechar el jaleo para huir de allí habría sido lo más sensato, pero no lo más justo. Se trataba de esclavos luchando por su libertad, y aquello no podía ser ignorado. De esta forma, los aventureros tomaron sus armas y se unieron a la lucha.
En esta ocasión fueron cuatro ogros y dos ogros magos los que hicieron frente al grupo. Garrett se ocultó en la retaguardia de sus enemigos para atacarles furtivamente con sus flechas, y el resto optó por el frente a frente. Draven agrandó su tamaño nuevamente, Valdemar siguió usando sus hechizos llameantes, Garuk y Melnar desataban todo el poder de sus armas mágicas, y Naros utilizaba sus sortilegios para sanar las heridas sufridas, que no fueron pocas, y que salvaron el pellejo a más de uno. Y es que, si bien los guerreros ogros no eran excesivamente difíciles de derrotar, los ogros mago disponían de conjuros muy letales, como un cono de frío que casi le cuesta la vida al enano, o un hechizo de control, que durante unos instantes mantuvo a Draven a merced del ogro. Incluso, una vez más, hizo falta la ayuda de los animales extraídos de la bolsa de trucos para decantar la batalla a favor de los héroes. 
Las criaturas fueron derrotadas, pero no hubo mucho que aquellas gentes pudieran celebrar. El líder élfico había muerto y su cuerpo se lanzó al mar, por no contar las decenas de bajas más que se amontonaban por los muelles. La contienda se estaba calmando, los esclavos comenzaron a dispersarse, y se encontraron con el capitán Swift, el cual les apremiaba a salir de allí cuando antes. Así lo hicieron, el barco partió, y los héroes dejaron atrás la maldita ciudad.

2 comentarios:

  1. En la última pelea, en el motín de liberación élfico, yo no intervine, me puse a observar a lo lejos, si no recuerdo mal. Sabía que podíais con ellos. :D

    ResponderEliminar
  2. Cierto! Hiciste lo que se conoce como "un Rubén" XDDDD

    ResponderEliminar